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Era una calle larga y angosta. La intensa neblina hacía que el frío corriera en la sangre de mis venas. Las flores del parque adornaban el triste escenario de aquél oscuro y sombrío invierno.

A lo lejos se escuchó el estremecedor sonido de un caballo y al instante di vuelta: vi al Jinete Negro con su honorable corcel blanco, supuse otra vez que venía a buscar su doncella a la gran casa que se encontraba frente al parque. Allí se detuvo y se bajó de su Corcel a tocar la puerta de tan afortunada mujer, a la que otra vez llevaría a conocer las maravillas del inframundo donde todos los días y a la misma hora me imaginaba ese fantasma que me atormentaba.


Berenice Miranda

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